Grand tour Coliseo Roma anfiteatro

Vista del Coliseo (1747) óleo sobre lienzo por Giovanni Paolo Panini (1691-1765), Walters Art Museum, Baltimore.

Encontramos el término Grand Tour por primera vez en una guía de Richard Lassels, del año 1670, haciendo referencia al gran viaje que realizaban los jóvenes aristócratas británicos entre los siglos XVI y XVIII. Este hecho constituía una nueva forma de viajar bastante parecida a lo que hoy conocemos como turismo. Las motivaciones podían ser muy variadas, aunque primaban las ligadas a la educación. Destacan el encuentro directo con la Antigüedad; problemas de salud, tanto física como mental (recordemos que la “melancolía” era una enfermedad muy común en esta época); el prestigio social; aficiones relacionadas con las artes, tales como la ópera o el teatro; necesidad de evasión; o incluso búsqueda de la identidad sexual. Aunque por encima de todas, la razón primordial era el aumento del prestigio social, lo que creaba la necesidad de demostrar que la experiencia había sido real. Entran aquí en juego dos de los factores más importantes que componen el Grand Tour: el tutor que acompañaba al viajero y la adquisición de lo que hoy llamamos souvenirs.

Para entender este fenómeno cultural debemos situarnos en la Europa de los siglos XVI, XVII y especialmente del XVIII, con una Gran Bretaña triunfadora en la Guerra de los Siete Años, una Europa turbulenta y una Italia extremamente dividida y plagada de intrigas palaciegas. En Inglaterra la aristocracia ve como su prestigio decae a la vez que aumenta el poder de la burguesía, debido al cambio de propiedad de la tierra. Esta redistribución del poder económico afectó al perfil del estudiante, que creció en número y diversidad.

Grand tour jóvenes mapa

Planificación del Grand Tour (finales del siglo XIX), óleo sobre lienzo por Emil Brack (1860-1905), colección privada.

El viaje era financiado por los padres de los estudiantes al terminar su etapa educativa y estos siempre iban acompañados de un tutor que hacía a la vez de guía y, por lo tanto, debía haber realizado el viaje con anterioridad, incluso más de una vez. Este tutor servía además para constatar la veracidad del viaje. El itinerario más común incluía París, el norte de Italia, Florencia, Roma, Nápoles, Suiza y en ocasiones Alemania. Este recorrido solía durar entre dos y tres años, pero los jóvenes no estudiaban en las universidades de los lugares de destino, sino que perseguían el conocimiento; aprender, entender, observar las costumbres de otros lugares y compararlas con las propias. De hecho, el filósofo Francis Bacon publicó en 1597 un ensayo titulado “Of Travel” en el que exponía un decálogo de motivaciones que todo viajero debía tener en cuenta. Entre ellas destacaban la experiencia que ayudaría a afrontar con éxito la futura vida política o  madurar y convertirse en adulto. Además, aconsejaba visitar las ciudades pero no permanecer demasiado tiempo en ellas, así como crearse un círculo de amigos que le servirían como futuros contactos.

De estos grandes recorridos nos han dejado los viajeros sus más sinceras opiniones, calificando las ciudades o comparándolas con algunas de su propia patria. Leandro Fernández Moratín, por ejemplo, en sus Cartas familiares, describe las ciudades italianas que visitó en el año 1786. Nápoles es posiblemente la menos valorada y de ella dice que era «decadente, con mucha gente desocupada por las calles y numerosos institutos de caridad para albergar a pobres y necesitados». Añade sobre su población que «la nobleza es tan soberbia, tan necia, tan mal educada, tan viciosa, que a los ojos de un filósofo, de un hombre de bien, es precisamente la porción más despreciable del estado». Y por último, hace referencia al comercio de la ciudad y una posible mala experiencia propia, pues comenta que «la mala fe que reina en los contratos es tal, que para comprar en Nápoles cualquier cosa, necesita un forastero dar la comisión a uno del país».

Grand tour Santa Maria Maggiore Roma

Interior de la basílica de Santa Maria Maggiore en Roma (1750), óleo sobre lienzo por Giovanni Paolo (1691-1765), Hermitage Museum, San Petersburgo.

Edad de Oro del Grand Tour

Con la llegada del siglo XVIII y de la Ilustración, llegó también el auge del Grand Tour. Este movimiento intelectual promulgó nuevas formas de pensamiento, de educación y de abordar el conocimiento. La fe de los ilustrados en las posibilidades del Estado provocó que los futuros hombres políticos quisieran conocer otros gobiernos y recabar conocimientos para su propio país. Viajar se establecía como el mejor modo de conocer al hombre y su relación con el mundo. Sin embargo, el concepto de viaje como modo de educación ha sido bastante recurrente a lo largo de la historia: en Algunos pensamientos sobre la educación (1693), Locke plantea a los jóvenes que culminen su formación con un viaje; Voltaire afirmó en Cándido (1759) que es necesario viajar, al igual que Rousseau, que se lo recomendaba a Emilio.

Por otro lado, la Geografía era la ciencia de moda en Gran Bretaña en el siglo XVIII, lo que provocó el éxito de las publicaciones de viajes. Además algunos gobiernos subvencionaban muchos viajes, llegando a la banalización del Grand Tour. Se estandarizaron los itinerarios, el tiempo y los destinos. Apareció el Petit Tour, con precios más asequibles, y se creó el primer “paquete turístico” de la historia, que comprendía París, Bruselas y Ámsterdam.

Grand tour París

Una vista de París con la Île de la Cité (1763) óleo sobre lienzo por Nicolas-Jean-Baptiste (1715-1793), Getty Center, Los Ángeles.

Fiebre por las antigüedades

Retomando el tema de la “certificación” del viaje llegamos a una de las consecuencias más importantes de esta moda: el comercio de antigüedades y arte en Europa. Este experimentó un grandísimo auge gracias a los jóvenes viajeros que obtenían objetos valiosos –o no tanto– en las ciudades que visitaban para demostrar que habían estado en ellas. Se dio un fervor generalizado por adquirir objetos dell’antico y obras de arte, que provocó el tráfico de antigüedades sobre todo entre Italia e Inglaterra durante el siglo XVIII. Se estaba desarrollando la primera industria del souvenir y profesiones como restaurador o escultor adquirieron importancia. Al analizar los objetos que se adquirían durante el viaje, como libros, dibujos, estampas, pinturas, esculturas, planos o antigüedades de cualquier tipo, se llega a la conclusión de que existían dos razones fundamentales a la hora de obtenerlos. La primera, la utilidad, mediante elementos que ayudan a los viajeros a visitar la ciudad, como planos o guías; y la segunda, los recordatorios, que podían ser desde grabados o vista de ciudades hasta objetos de lo más peculiares. En cuanto a las antigüedades, observando los permisos de exportación de obras y de excavación podemos ver claramente como el número de solicitudes que se aceptaban desde Gran Bretaña supera con creces al resto de países. Roma, a partir de la mitad del Settecento, se convertía en una aglomeración de turistas, comerciantes y anticuarios.

Grand tour Francis Basset barón de Dunstanville

Retrato de Francis Basset, primer barón de Dunstanville y Basset (1778), óleo sobre lienzo por Pompeo Batoni (1708-1787), Museo Nacional del Prado, Madrid.

Otra de las consecuencias de este fenómeno social fue la creación de literatura de viajes y de novelas cuya trama se desarrollaba en alguna de estas expediciones. Los futuros viajeros compraban estos libros antes de partir y contribuían a su creación a la vuelta. Además, en muchos casos, con la necesidad de plasmar sus aventuras en el extranjero escribían sus memorias, ayudando a los futuros historiadores a conocer un poco mejor la realidad del momento y cómo se veían entre sí los nativos de diferentes países.

Un caso concreto

Sin embargo, los británicos no fueron los únicos que viajaban por Europa, puesto que la edición de un “diccionario de viajeros” realizado hace algunos años por la historiografía británica demuestra que también franceses, holandeses, alemanes, rusos o escandinavos se sumaron a la moda. Sin olvidar, por supuesto, los viajes por el Viejo Continente que posteriormente llevaron a cabo los jóvenes norteamericanos, imitando quizás a los propios británicos.

Encontramos el caso particular del menorquín Bernardo José Olives de Nadal que, en 1699, con 21 años, emprendió su Grand Tour por tierras catalanas entrando en Francia y llegando a Marsella; navegó hasta Génova y Livorno; recorrió la Toscana hasta Roma y viajó hacia el sur para conocer Nápoles y llegar a Venecia atravesando el Adriático. Recorrió el norte de Italia, los Alpes y Francia para llegar a Flandes; y tras Holanda, Londres y el sur de Inglaterra regresó a Menorca pasando por Valencia y Tarragona.

Cuando volvió, tras casi dos años, escribió sus memorias, en las que destaca una anécdota que a la vez ilustra las posibilidades para que estos grandes viajes podían proporcionar a los jóvenes. Durante su estancia en Francia, el 1 de noviembre de 1700 es invitado por el embajador de España a la corte del país galo, donde tiene ocasión de conocer al que será el nuevo rey de España, Felipe V.

Con casos como el de Bernardo José y otros muchos testimonios que han llegado hasta nuestros días se confirma que los postulados de Bacon siguieron vigentes a lo largo de siglos posteriores. Incluso podemos decir que el viaje con fines formativos está en la actualidad más vivo que nunca.

Fuentes

  • COMELLAS AQUIRREZÁBAL, M. (2014): «Viajes y aprendizaje: el Grand Tour dieciochesco al viaje romántico». En Navarro Domínguez, E.: Imagen del mundo: seis estudios sobre literatura de viajes (Págs. 67-125) Ed: Universidad de Huelva
  • LÓPEZ MARTÍNEZ, G. (2015): «El Grand Tour: revisión de un viaje antropológico». En Gran Tour: Revista de Investigaciones Turísticas. ISSN: 2172-8690 N.º 12 (Págs. 106-120)
  • PORRAS, S. (2003): Los libros de Viaje. Génesis de un género. Italia en los Libros de viajes del siglo XIX. Ed: Universidad de Valladolid.
  • SUÁREZ HUERTA, A. (2012): «El Grand Tour: un viaje emprendido con la mirada de Ulises». En Isimu: Revista sobre Oriente Próximo y Egipto en la antigüedad. ISSN: 1575-3492, N.º 14-15 (Págs. 253-282)

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